domingo, febrero 27, 2011

EL ÁRBOL Y EL BOSQUE

EL ÁRBOL Y EL BOSQUE
Por Diego Mendieta y Gabriela Guerreros

Cuando llegaron a Betsaida, le trajeron un ciego y le pidieron que lo tocara. Jesús tomó al ciego de la mano y lo llevó fuera del pueblo. Después le mojó los ojos con saliva, le impuso las manos y le preguntó: “¿Ves algo?” El ciego, que empezaba a ver, dijo: “Veo como árboles, pero deben ser gente, porque se mueven.»  Jesús le puso nuevamente las manos en los ojos, y el hombre se encontró con buena vista; se recuperó plenamente, y podía ver todo con claridad. Jesús, pues, lo mandó a su casa, diciéndole: “Ni siquiera entres en el pueblo”. San Marcos 8:22-26 Biblia Latinoamericana

Muchos de los milagros realizados por Jesús cuando andaba por los pueblos, campos y aldeas, nos dejan enormes enseñanzas: una de ellas es la imperiosa necesidad de ver con claridad los hechos, acontecimientos o  realidades de nuestras vidas personales y de nuestros pueblos. Jesús combatió enérgicamente la ceguera político-religiosa de su tiempo y la de sus discípulos/as.

Hay un dicho popular que dice “no hay peor ciego que el que no quiere ver”: dicho de otro modo, hay ciegos que no quieren ver porque no les conviene y hay otros ciegos que no pueden ver por condicionamientos que tienen que ver con la falta de educación, por los prejuicios y/o por el vaciamiento  cultural y político que los sistemas opresores fabrican para poder lograr sus objetivos.

El texto de hoy narra la realidad de un ciego que, precisamente por serlo, estaba obligado a vivir en la extrema pobreza, olvidado  y dependiendo de otros/as  o de algún elemento que sirviera para movilizarse. Por esta razón  es traído por un grupo de personas que le peticionaron a Jesús que lo tocara para sanarlo. Como leíamos más arriba,  Jesús lo llevó  hasta las afueras del pueblo y le impuso sus manos con saliva, preguntándole si veía, a lo que el ciego respondió que veía  "como árboles, pero deben ser gente, porque se mueven".

Esta es la primera etapa del milagro: el ciego  ya no estaba ciego, pero tampoco sano. Su respuesta  describe algo parecido a lo que muchos/as conocemos por miopía: una persona miope tiene una visión lejana borrosa, no ve con claridad, pero el detalle es que puede conseguir aclarar un poco esta visión si guiña los ojos.

Jesús había sacado al ciego a las afueras del pueblo para mostrarle la realidad que padecían sus compatriotas al vivir oprimidos por el imperio romano, sus socios locales y los sectores religiosos. La pobreza era el pan de todos los días, pero el ciego no lograba verlo, no sabía quién era quién, o si lo que veía eran árboles o personas. No podía distinguir al enemigo principal, no veía diferencia

entre un pobre tipo ambicioso y sirviente del imperio como Mateo y Herodes o el César. Sucede algo parecido con muchos/as hermanos/as y compañeros/as del campo popular en Argentina, Latinoamérica y el Mundo, quienes frente a las realidades que azotan la vida de nuestros pueblos, no logran distinguir entre el árbol y el bosque. Por eso no  pueden ver las diferencias entre estatizar y privatizar, entre indultar genocidas y encarcelarlos, entre distribuir tibiamente las riquezas y acumular o vender indiscriminadamente, o entre revolución y golpe de estado, etc. Corren, por su ceguera, el riesgo de guiñar el ojo equivocado, y terminar beneficiando al que viene siempre a matar, hurtar y destruir las esperanzas y los sueños.

A menudo es la falta de humildad la que  también se convierte en cortina de humo para la propia mirada  e impide la autocrítica sincera: la que nos aleja de la soberbia y nos permite transitar los mejores caminos, los senderos profundamente populares, que son los verdaderamente liberadores pues aseguran que una vez hecho un paso, no se retrocederá dos. 

La segunda etapa del milagro es la segunda imposición de manos que Jesús realizó sobre el ciego. Es ahí cuando éste “afinó su mirada” y vio con claridad. Entonces sí estaba listo para la batalla.

Éste es el proceso que también  experimentaron los/as  discípulos/as de Jesús, pues aunque se encontraban junto al Maestro y eran testigos del compromiso activo con el pueblo, no comprendían  aún su mensaje y su tarea pastoral y profética ni identificaban todavía a la persona que tenían en medio de ellos.

Estimados hermanos/as: tal vez nos encontramos hoy como el ciego de Betsaida antes de ser sanado. Vemos  las cosas con poca claridad, el camino de la fe y la esperanza se hace difícil, no acabamos de comprender perfectamente nuestra misión como creyentes militantes del Evangelio, ya que el egoísmo, las ansias de poder, nos impiden construir.

Busquemos en el ejemplo militante del Evangelio la sanidad que Jesús nos ofrece, y multipliquemos el poder de sanación para ayudarnos, en comunidad, a que el árbol no nos tape el bosque.

Pastores Diego Javier Mendieta
Gabriela Soledad Guerreros




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